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En 1937, Von Kiesling realizó el primer loteo de la villa de Farellones, época en que construyeron Benjamín Dávila y Agustín Edwards.  “El primero tenía un refugio pequeño que parecía un tarro en conserva: el segundo, en cambio, se hizo una casa grande en la última curva del camino y tenía hasta piano de cola”, rememora Santiago García, otro socio el club.

Cuenta Ramón Ortúzar que su maestro de esquí fue precisamente Agustín Edwards, quien en 1934 escribió el libro “Ski”, donde relataba la historia del deporte blanco y su técnica. “Él escribió lo que había aprendido en Los Alpes, los que nos ayudó mucho a comprender el ski”.

Además de escribir el libro, Agustín Edwards aportó mucho en el desarrollo del deporte blanco y de la incipiente villa de Farellones.  Aprovechó su amistad con el Presidente de la época, Arturo Alessandri Palma, para construir el camino hasta el mismo pueblo de  montaña, el que se comenzó a elaborar a pala y chuzo desde Corral Quemado.

Al comienzo, para subir, los esquiadores lo hacían a pie o ponían piel de foca en la base de sus esquís.  Luego Edwards instaló un andarivel en la pista La Gran Bajada.  “Agustín lo había comprado para él pero como era grande y gordo no podía usarlo porque se detenía”, acota Mitrovic con una sonrisa.

Ortúzar menciona que sólo se esquiaba en la Gran Bajada, que hoy sería desde la base de la pista El Embudo hasta la curva número 40, donde en aquellos años e ubicaba la casa de los Edwards.

Recuerda la primera vez que subieron al cerro Colorado en esquí: “Fue portada de El Mercurio”, dice y se acuerda perfectamente de cómo iba titulada el artículo.  Con fuerte vozarrón dice: “Grupo de Ski Club Chile  alcanza la cumbre del cerro Colorado”.

Hoy Ortúzar tiene 90 años y está jubilado.  Orgulloso, cuenta que fue médico, que fundó la Escuela de Medicina de la Universidad Católica y se refiere a su cargo de decano y profesor titular durante cincuenta años.

“En mis tiempos, cuando empecé a hacer andinismo, salvo uno que otro alemán, no encontraba a nadie que quisiese acompañarme”, recuerda.  Asegura que el ascenso era difícil porque no había equipo adecuado.  A los zapatos les ponían tornillos cortados como clavos, usaban mochilas del ejército y los sacos de dormir los hacían con dos frazadas unidas.

El médico asegura que su pasión fue el andinismo.  “Hice mucho esquí de montaña también, pero como parte de la excursión”, asegura.  Al escuchar la pregunta sobre qué significa la montaña para él y haber sido andinista en ese tiempo con precario material y poco conocimiento, no responde.  En vez de eso busca entre sus libros de medicina una recopilación de sus poemas.  Encuentra un texto antiguo y, entre las decenas de hojas escritas con tinta, se detiene en una y procede, con voz solemne, a leer su obra.-

El pionero cuenta que se usaba la técnica  del steinbogen (cuña) y schuss (recto). Asegura que también saltaban.  “Al comienzo casi no había competencias.  Después llegaron los primeros instructores: una pareja francesa que hacía clases de esquí al ejército de su país”.  Ellos enseñaron el estilo galo a los primitivos esquiadores chilenos.

Se comunicaban en el idioma de los extranjeros ya que los deportistas nacionales, de principios del siglo XX, era hombres cultos.  “Esos franceses vinieron varias temporadas y formaron un equipo de competencia”, recuerda Mitrovic.  Ahí aparecieron los primeros esquiadores que representarían a Chile, en los primeros Juego Olímpicos de Invierno, como los hermanos Errázuriz y Julio Zegers.

Los pioneros de la zona central también viajaban a los incipientes estaciones de esquí del sur.  “Íbamos a los volcanes Antuco, Villarrica y Llaima”, y recuerda que los extranjeros los acompañaban.

En el sur algo existía de esquí.  En algunas zonas, los colonos alemanes, que llegaron a Chile escapando de la guerra habían construido refugios en lo alto de la montaña para practicar el deporte blanco y suplir la falta de Los Alpes en sus vidas.

Con una misa se inauguró, en 1939, el camino a Farellones.  También se instaló el primer andarivel comprando pro los socios del Ski Club de Chile.  Éste funcionaba con una tractor a parafina, una catalina y una cuerda.

El tema de la seguridad no estaba ausente.  “Debido  al primitivo material de ski, muchos terminaban quebrados o heridos, por lo que el grupo de rescate se hizo imprescindible”, afirma Mitrovic.  Menciona que desde Farellones bajaban a los lesionados en camilla.

Cuando aparecieron los primeros andariveles comenzó a llegar más gente a la montaña.  Ir a esquiar se estaba convirtiendo en una moda.  Como recuera el inmigrante croata, “nos gustaba volver bronceados.  Y a veces no usábamos anteojos para tener un color parejo y terminábamos con la vista quemada”, asegura Mitrovic.

Ramón Ortúzar evoca la primera carrera de carácter internacional que organizaron en el Colorado.  “Había nevado toda la noche y nuestro presidente del grupo era Eugenio (Canuto) Errázuriz.  Hubo que subir por la cancha para aplanarla”, relata.  Como el cronómetro no era tan exacto, los jueces largaban a los corredores con un minuto de diferencia y el ganador era el que hacía menos tiempo.

“Lo divertido fue que primero le tocó bajar a un norteamericano, y  Canuto nos dijo que dependiendo de cómo lo hiciera él, nosotros teníamos que imitarlo.   Y el gringo se tiró schuss”, dice con una gran carcajada que lo hace derramar unas lágrimas.

Ortúzar dejó de esquiar a los 80 años.  Sin embargo, sigue yendo a su casa en Farellones para respirar aire puro y disfrutar de sus nietos, la mayoría esquiadores.  “A principios del siglo XX todo era de carácter primitivo.  Derretíamos nieve para tener agua; al comienzo la luz la teníamos gracias a un motor.  La comida se nos congelaba y  nosotros nos moríamos de frío”, recuerda y asegura que hoy no es necesario hacer ningún sacrificio para ir a  la montaña: “todo es fácil y está a la mano”.

Fuente: Diaz, Claudia (2004). «El oro blanco de la Cordillera de Los Andes».  Escuela de Periodismo. Universidad Andrés Bello.

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