Historias alrededor de la Chimenea «El Mandinga»
Era una fría noche de invierno en Farellones. La nieve caía suavemente, cubriendo el pueblo con un manto blanco y silencioso. En el refugio, una chimenea crepitaba, llenando el espacio con su cálido resplandor y el reconfortante sonido de la leña ardiendo. Don Pedro, un antiguo arriero, comenzó a contar una historia que su padre le había narrado , una clásica leyenda de este lado del cordón de los andes . «Hace muchos años,» dijo, «un compadre de mi padre, que era muy malo con su señora, vivía mucho más arriba del pueblo, en un lugar que llaman Los Peumos. Dicen que el olor de los peumos atraía al Mandinga.»
«Una noche,» continuó Don Pedro, «el hombre iba por Los Peumos, borracho, y se encontró con un hombrecito pequeño. En su embriaguez, le gritó: ‘¡Y qué haces tú aquí, enano!’ Y se trenzaron a puñetazos. El hombre grande y fuerte no pudo con el hombrecito, que lo golpeó hasta dejarlo tirado. Llegó a nuestra casa con la ropa hecha jirones y bien machucado. Contó que también se encontró con un perro negro que lo tiró al suelo, y al mirarlo, vio que el perro no tenía cabeza.»
Don Pedro concluyó: «Ese compadre decía que no podía volver a su casa porque las cosas se pusieron malas para él. Le dije: Compadre, usted es muy malo con la comadre, le pega a los niños y es un garabatero. Creo que a la gente mala le salen esas cosas.»
La historia de Don Pedro dejó a todos en silencio, maravillados y pensativos. La noche continuó con más historias y una sensación de conexión profunda. La chimenea seguía ardiendo, simbolizando el calor y la unidad de la comunidad de Farellones. En este rincón de la montaña, cada noche se convertía en una oportunidad para tejer nuevas historias.